miércoles, 29 de septiembre de 2010

El fogón de las vidrieras...

Más no digo nada que pudiese tener relieve para adormecerte, y que no cambiara tan súbitamente el semblante de tus vértigos, apretado por dentro entero como un casillero matutino, déjame con mi zozobra, que no quiero llorar, sin antes haberte envuelto en aluza, y quemar el fogón de las vidrieras, sobre estantes con cayos de mimbre, para los contorsionistas de mis negros cristales pasado las horas de sueño, al otro lado tus peldaños de oro, cobran con cuerpo el dolor anímico, transformando las inventivas en cofres puntiagudos de esquinas circulares sin dejarme sentir tu forma caótica, caótica de volver cayendo aplastada dentro de todo lo que no miras, porque no me miras. Déjame en lo que hay después del silencio que ya lo entendí, ya nos pasamos las manos, ya nos comimos las caras y ya somos, el amor es algo tan improbable, que hablar de el es casi tan certero como no hablar de el. Déjame en lo que hay después del silencio, así quizás lo digiera mejor, espero que no.

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