jueves, 16 de septiembre de 2010

El fin de los Elefantes...

Ayer en una cabina telefónica, me hice el amor, mientras todos se desplumaban, yo, no sentía nada. Me olvide de los lápices, que son como estacas en mis intestinos, me olvide de mi Rut, que es la división de la mitad de mi, y la otra cuarta tres partes de mi otro mi fa sol la si re do re mi, se caía a pedazos por detrás de las idénticas miradas de los papeles anexos, que se extravían en una cúpula casi interminable de diminutos grillos sin suerte y espesos, casi tan tartamudos como la muerte, que no es la misma visión de un indigente mal humorado, si no un mar repleto de fascismo y una costa de vainilla, bajo la superficie, afuera de las planicies litorales de cemento, estrépito Edipo gusano bonito, bañado con salmuera para librar los males que no existen, percibe a una caballeresca muchedumbre en una ciudad de mercurio, rodeada de fálicos relojes e inconciencia, esa bella y malograda inconciencia, que culea con los sueños y los hace desgranarse como labia estomacal, en un paladar movedizo succionado entre gangrenas, para ver el fin de los Elefantes en los mismos, no floteo contigo maricón traga migo. Descabelladas son las posiciones que nos ponen en ciertos verbos, sin embargo, la pereza más grande es no saber moverse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario